¿Cobrar por una entrevista? ¡Qué poca... humildad!

 

La dignidad laboral es algo loable, pero la falta de humildad y exigencias en pos de diva, es intrincado de aceptar. Es más, debería ignorarse a todo aquel artista (del cualquier campo en el que se desarrolle) para que no crea, que no vive de entrevistas, reseñas, etcétera; puesto que es lo que hace que un creador amplíe su público.

 

La reciente controversia suscitada por la negativa de una destacada escritora mexicana (del género de terror) a la que llamaremos Lolita Ayala, a participar en una entrevista sin remuneración económica, ha desatado un debate crucial en el ámbito literario. Lo expreso porque en una entrevista me cuestionaron al respecto y pidieron mi opinión. Una de las preguntas que resonó con fuerza fue la siguiente: ¿en dónde quedó el amor al arte?

 La indignación colectiva, comprensible en su esencia, parece obviar un aspecto fundamental: el trabajo creativo, incluso el impulsado por una pasión genuina, exige un reconocimiento justo y equitativo, pero sin recaer en la pedantería, máxime si no se trata de un Stephen King o Anne Rice.

Yo noto su falta de empatía con personas que desean entrevistarla y su poca humildad. Eso me hizo analizar sus textos y, siendo sincera, sus obras no se pueden comparar en absoluto con las de un Edgar Allan Poe, una gran Mary Shelley, ni mucho menos con Stephen King. Así que debería replantearse eso de cobrar por cada entrevista que le ofrecen, puesto que, para su talento, es realmente inapropiado. ¡No se puede correr antes de gatear!

Algunos dirán que inapropiado es comparar a Lolita Ayala con gigantes literarios porque ellos se desarrollaron en contextos socioeconómicos e históricos radicalmente distintos, pero eso no les resta su genialidad. Ya que no por eso ellos escribieron mal, al contrario, son más genios de lo que se les ha considerado.

La creatividad y la nuestra forma de crear mundos literarios es lo que nos da a los literatos el estatus de escritores, pero sin la aceptación del público y la visibilidad mediática no existe el factor que innegablemente lleva al éxito. Pues quien tiene maestría técnica no necesita recursos baratos, como exigir un cobro por una entrevista o pago en especie. Lo más terrible es que Lolita asevere que es urgente que se tiene de que dejar de malbaratar el trabajo de un escritor, sobre todo en cuestiones de entrevistas, pero acepta mezcal a cambio de una entrevista. ¿O sea que eso lo que valen sus obras? Al parecer, la hipocresía y la falta de congruencia son las enemigas de Lolita Ayala.


Quizás la escritora mexicana, al exigir una compensación justa por su tiempo y su trabajo, no está actuando desde un lugar de desamor al arte, sino desde una posición de defensa de su profesión y su dignidad como creadora.  Reclamar la remuneración por el trabajo intelectual no es sinónimo de mercantilización del arte; es, por el contrario, un acto de reivindicación de su valor intrínseco, pero eso debe surgir del mismo entrevistador, no parecer limosneros con garrote porque ya de por sí es difícil que un literato tenga la atención de la prensa como para que escritores mediocres se alcen el cuello y miren por encima del hombro a los posibles entrevistadores. 

Lolita Ayala es considerada una de las mejores escritoras del terror mexicano contemporáneo, ¿según quién? Lo digo porque no la veo triunfando internacionalmente (ojalá así sea pronto, lo deseo de corazón, aunque no sé qué tan pedante sería ya en ese grado de fama) y haciendo gira tras gira. Entonces, ¿es su parte narcisista la que la conduce? Hay que ser muy malagradecido para que se exija que quien te entreviste lea sobre ti y tus obras, no tienen por qué leer todo lo que haces, quizá solo documentarse un poco o dar una especie de charla con el escritor para que se le conozca y el mismo panelista lo haga. Considero que si tus obras no son algo que le guste leer al entrevistador, no se le puede obligar y tampoco lo hace menos profesional. Es como si un literato, al escribir sobre un personaje que es médico, deja de ser escritor solo porque no estudió medicina para poder crear al personaje.

 

Este incidente nos invita a una reflexión profunda sobre la relación entre los medios de comunicación, el público y los creadores.  Es necesario promover un ecosistema literario más justo y equitativo, donde el trabajo de los escritores sea reconocido y recompensado de manera adecuada si así lo desea la parte interesada en el literato, no ser partícipes de la pedantería de los artistas, solo porque ya sienten que lo que dicen de ellos los hace ser famosos. 

En contraposición, es imperativo que todos nos esforcemos por el triple al obtener galardones similares a los de Lolita, independientemente de su nivel de reputación o reconocimiento, puesto que si ya eres considerado el mejor, no debes soltar el hilo que sostiene esa idea ni estirarlo porque se podría reventar.  El amor al arte no debe ser sinónimo de explotación laboral.  La verdadera defensa del arte reside en la valoración justa del trabajo de quienes lo crean.


No somos mendigos, sino artífices de la palabra, tejedores de historias que, con la maestría suficiente, pueden sustentar su existencia. Nuestro arte, si es genuino y bien ejecutado, se convierte en el medio idóneo para proveer nuestras necesidades, demostrando así su valor intrínseco más allá de la mera gratificación estética.


En conclusión, la notoriedad, por sí sola, no confiere la inmortalidad literaria; la grandeza permanece ajena a las modas efímeras. Si la remuneración acompaña la entrevista, bienvenida sea; de lo contrario, la generosidad en compartir el conocimiento y la experiencia se erige como un faro para quienes inician su travesía en YouTube, o en cualquier otro ámbito que merezca la atención de los artistas.






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