Descargo de responsabilidad:
El contenido de esta entrada de blog, incluyendo cualquier opinión o interpretación sobre Paco de Miguel o la página menciona o se hace referencia o de las feministas que han vituperado a Paco de Miguel, se presenta como una expresión personal y libre de mi parte sin intención de herir, menospreciar ni dañar. No me responsabilizo de la manera en que cada lector o lectora interprete, comprenda o se sienta afectado por la información aquí expuesta. Si el contenido de este blog le causa molestia o disconformidad, le invito a retirarse del mismo. Hago uso pleno de mi derecho a la libertad de expresión y opinión, y cualquier reacción o interpretación del lector es de su exclusiva responsabilidad. Queda expresamente establecido que no asumo ninguna responsabilidad legal por las reacciones, interpretaciones o sentimientos que este texto pueda generar en sus lectores.
La reciente diatriba en las redes sociales, suscitada por la publicación en relación con un escritor masculino llamado Paco de Miguel, sobre la maternidad, ha desatado un debate que trasciende la mera controversia literaria para adentrarse en los intrincados laberintos de la equidad y lamentablemente de la envidia en el ámbito creativo. Una página digital, dedicada a cartografiar la prolífica labor de las escritoras mexicanas contemporáneas, ha expresado su indignación con vehemencia, afirmando que la pluma masculina no tiene cabida en la exploración de la experiencia materna.
Las airadas voces femeninas proclaman, con injusta razón, una argumentación pobre que, por momentos, se torna paradójica. Ya que mencionan que Paco no ha parido como para escribir un libro que guíe a las mujeres a ser madre. Empero, mi existencia arguye, en primer lugar, la imposibilidad de la procreación sin la intervención masculina, un hecho biológico innegable. No obstante, aparte de ese tópico biológico, es más que evidente que si Paco no ha dado a luz a un ser humano, no lo invalida para plasmar, con maestría literaria o no, la intrincada complejidad de la maternidad, incluso sin haberla experimentado en carne propia. La creación artística, en su esencia, trasciende la mera experiencia vivida; es el don de la imaginación, la capacidad de empatizar y recrear la realidad, la cual no se encuentra circunscrita a las fronteras de la vivencia personal y en caso de que así fuera, para eso está la editorial, para apoyar al escritor.
En segundo término, se cuestiona la libertad creativa del escritor. ¿Se olvida, acaso, que la literatura, en su sublime anarquía, se nutre de la exploración de todas las facetas de la condición humana, sin importar el género, la edad o la experiencia personal del autor? Desde tiempos inmemoriales, los grandes maestros de la pluma han explorado temas que escapan a su propia vivencia, creando personajes y situaciones que enriquecen el tapiz de la narrativa universal. ¿Una mujer no puede escribir sobre la muerte de un hombre sin haberla presenciado? ¿O un hombre sobre el dolor de una mujer asesinada sin haberlo vivido? La pretensión de limitar la creación artística a la experiencia personal empobrece el arte y niega la esencia misma de la inspiración. No estoy segura de que si algún autor escribe sobre las vivencias de un asesino en serie, el literato lo sea. La nula lógica de la que habló al respecto la encontrará en débiles justificaciones nutridas de pobres argumentos.
Otro punto es que, una mujer que comentó que él tiene carrera trunca, y se le podría responder con un: ¿Y? Porque, al parecer, ya olvidó a los gigantes literarios que, sin el amparo de las aulas universitarias, dejaron una huella imborrable en la historia de la literatura. Más bien parece que, en lugar de tener ideas claras, tratamos con alguien iletrado que se une a hacer berrinches cuando un hombre es exitoso o genera algo que ellas no consideran que los hombres deberían hacer.
No obstante, es imperativo recordar a Mark Twain, autodidacta y maestro de la sátira; o a Charles Dickens, quien abandonó la escuela a temprana edad para trabajar; o a William Shakespeare, con una formación académica que es aún materia de debate, pero cuya obra trascendió cualquier limitación educativa. También brillaron sin acreditación universitaria Agatha Christie, reina indiscutible del género de misterio; Ernest Hemingway, con un estilo conciso y bastante directo; Jack London, quien vivió una vida llena de aventuras antes de consagrarse como escritor; y Franz Kafka, con obra de índole existencialista marcó un antes y un después en la literatura universal. Estos ejemplos que he mencionado, entre muchos otros, demuestran que la genialidad literaria no se mide en títulos académicos, sino en la fuerza de la visión, la maestría del lenguaje y la capacidad de conectar con los lectores a través de la palabra.
Finalmente, la acusación de envidia se cierne igual que una sombra sobre este debate. La reacción visceral ante la incursión de un escritor masculino en el terreno de la maternidad sugiere, más que una defensa de la equidad, una lucha por la exclusividad, un intento de acaparar un territorio creativo. La mención del ghostwriter, aunque válida en pos práctica profesional, se utiliza como arma arrojadiza, desviando la atención del verdadero núcleo del conflicto: la incapacidad de aceptar la libertad creativa a fuer de un derecho inalienable, sin importar el género. Me encantaría leer algún texto de estas mujeres que esté publicado y que no haya pasado por un editor o corrector, así se vería su capacidad de crear y su gran inteligencia.
La verdadera igualdad en el ámbito literario no reside en la exclusión, sino en la equiparación de oportunidades y en el reconocimiento del talento, independientemente del sexo del autor. La dentera, como un velo oscuro, enturbia la visión de una auténtica equidad en el mundo de las letras. Y mientras la envidia prevalezca, el arte seguirá siendo víctima de mezquinas disputas, en lugar de florecer en la libertad de la expresión.
Esas mujeres deberían entender que se trata de equiparar, no de acaparar.
Si Paco es o no un erudito literario, deberían dejar de quejarse y crear ellas un best seller, a menos que sea imposible porque su único talento solo sea mofarse de los hombres y quejarse de todo lo que ellos logran o podrían lograr. Son rivalidades que solo residen en complejos y traumas de quienes no pueden aceptar la verdadera igualdad de género.
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